Una de las primeras cosas que aprendemos en el fútbol es a pasar el balón. Si no lo haces, lo pierdes. Pero ese día, Maradona hizo algo de película. Desafió los pronósticos. Se lanzó al ataque mientras un ejército de jugadores ingleses se acercaba a él. Yo estaba en el salón, frente al televisor, gritando: «¡Pasa el balón!». Y siguió adelante, dejando a su paso a un jugador inglés tras otro, e incluso al portero. Recorrió casi 60 metros en 10 segundos, antes de enviar el balón al fondo de la red mientras todos los argentinos estallaban en gritos de alegría e incredulidad.
No fue sólo una victoria de Argentina en el Mundial. Cuando lideró un golpe contra la Inglaterra de Margaret Thatcher, que mató a nuestros soldados cuatro años antes en la Guerra de las Malvinas, nos dio la mejor (y probablemente la única) retribución que podíamos recibir como nación. Un héroe para curar la herida abierta de millones de personas. Hubiera sido perfectamente feliz ganando con un par de goles promedio. Pero Maradona primero le dio a los ingleses un pito mojado, y luego les mostró a ellos -los creadores del fútbol moderno- cómo se hace. Después de ese partido, marcó otros dos goles increíbles contra Bélgica en las semifinales, y luego nos llevó a la victoria contra Alemania Occidental en la final.
A través de él, pude experimentar la incomparable alegría de ser campeón del mundo en el deporte que amaba. Fue la última vez que eso ocurrió. Por más que nuestro querido Lionel Messi lo haya intentado, los argentinos no ganamos un Mundial desde el 86. Y vaya que nos hemos aferrado a ese momento, a ese Maradona. Aferrarse al recuerdo de una nación que alguna vez estuvo en la cima del mundo es algo tan argentino.
Ángel Cappa, un conocido entrenador argentino, dice que el fútbol es una excusa para ser feliz, para olvidar todos nuestros problemas, aunque sea por 90 minutos. Maradona nos dio felicidad para toda la vida. Por supuesto, para gente como mi amigo venezolano, era un personaje despreciable. Pero yo simplemente lo veía como un ser humano, con cualidades buenas y no tan buenas.
Tal vez mi perspectiva esté influenciada por la alegría que me dio. Espera, déjame reformular eso: Mi perspectiva está definitivamente influenciada por la alegría que me dio. Y yo, francamente, no puedo evitarlo. Como dijo una vez el gran escritor y humorista argentino Roberto Fontanarrosa, no me importa lo que Maradona hizo con su vida; le agradezco lo que hizo con la mía.
La semana pasada, cuando ninguno de nosotros tenía la menor idea de que su muerte era inminente, compré por Internet una réplica del balón oficial del Mundial de 1986, que había tenido de niño y que atesoraba como recuerdo de uno de los momentos más felices de mi infancia. Unos 10 minutos después de conocer la triste noticia, recibí un paquete: el balón del Mundial de 1986. Que llegara el mismo día de su muerte fue una espeluznante coincidencia, pero algún día le contaré a mi hija que era Maradona quien seguía haciendo su magia con el balón.
Juan Manuel Rótulo (@Rotulin) es jefe editorial de música para América Latina en Spotify.
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