El desarrollo del sistema visual en la mayoría de los grupos de invertebrados comienza con la diferenciación de los fotorreceptores en un epitelio ectodérmico. Los fotorreceptores generalmente se diferencian independientemente de los centros nerviosos que inervan, y las interneuronas visuales derivadas periféricamente son excepcionales. Esto contrasta con los vertebrados, en los que la «retina» surge de una excrecencia embrionaria del cerebro anterior, que genera múltiples clases de interneuronas además de fotorreceptores. La mayor parte de lo que sabemos sobre las bases genéticas y moleculares del desarrollo del sistema visual en los invertebrados procede de estudios sobre los ojos compuestos de la mosca de la fruta Drosophila melanogaster. Si bien este enfoque en un único sistema modelo nos recompensa por la profundidad de nuestra comprensión de los mecanismos de desarrollo, ha dado lugar a una brecha sustancial en nuestro conocimiento, a menudo rudimentario, de otros grupos que lo merecen: cefalópodos, vieiras pectínidas, arañas, cubomedusos y salpas, por nombrar sólo algunos, todos con ojos avanzados. Lo mismo ocurre con el desarrollo de las conexiones neuronales en los centros visuales del cerebro (Figura 1). También en este caso, la Drosophila es el modelo de invertebrado elegido para dilucidar los mecanismos moleculares subyacentes. Sin embargo, nuestra comprensión de muchos aspectos del desarrollo del sistema visual de los invertebrados debe abarcar el conocimiento no sólo de los ojos compuestos de los artrópodos, sino también de ojos tan diversos como, por ejemplo, los ojos de una sola lente altamente desarrollados de los cefalópodos, o los ojos ancestrales de las copas de los ojos en formas como la planaria.