El hierro es esencial para la vida, pero la sobrecarga de hierro es tóxica y potencialmente mortal. El hígado es uno de los principales lugares de almacenamiento de hierro y es especialmente susceptible de sufrir lesiones por sobrecarga de hierro, sobre todo cuando (como en la hemocromatosis primaria) el hierro se acumula en los hepatocitos. El hígado puede captar el hierro de varias formas y por varias vías, entre ellas (1) endocitosis mediada por receptores de transferrina o ferritina diferricas o monoferricas, (2) reducción e internalización facilitada por el portador del hierro de la transferrina sin internalización de la fracción proteica de la transferrina, (3) captación electrogénica de formas de hierro de bajo peso molecular y no unidas a proteínas, y (4) captación del hemo de complejos hemo-albúmina, hemo-hemopexina o hemoglobina-haptoglobina. Normalmente, la vía 2 es probablemente la principal para la captación de hierro por los hepatocitos. El hierro se almacena en el hígado en los núcleos de las cáscaras de ferritina y como hemosiderina, un producto insoluble derivado de la ferritina rica en hierro. El hierro en los hepatocitos estimula la traducción del ARNm de la ferritina y reprime la transcripción del ADN para la transferrina y los receptores de transferrina. Los principales efectos patológicos de la sobrecarga crónica de hierro hepático son (1) fibrosis y cirrosis, (2) porfiria cutánea tarda, y (3) carcinoma hepatocelular. Aunque aún se desconocen los mecanismos patogénicos precisos, el hierro probablemente produce estos y otros efectos tóxicos al aumentar el estrés oxidativo y la labilidad lisosomal. Es esencial realizar esfuerzos enérgicos para el diagnóstico y el tratamiento de la sobrecarga de hierro, ya que los efectos patológicos del hierro son totalmente prevenibles mediante la eliminación temprana y enérgica del hierro y la prevención de su reacumulación.