Todos recordamos el cuento infantil «Ricitos de oro y los tres osos». Nos encanta contar a nuestros hijos y nietos cómo las gachas de papá oso estaban demasiado calientes, las de mamá oso demasiado frías, pero las del bebé oso estaban en su punto. No es de extrañar, pues, que cuando los científicos empezaron a pensar en el hecho de que los océanos de la Tierra debían permanecer líquidos durante miles de millones de años para que la vida sobreviviera -la temperatura del planeta no debía ser ni demasiado caliente ni demasiado fría, sino la justa- lo bautizaron como el primer «planeta Ricitos de Oro»
Míralo de esta manera: Como todas las estrellas de su tipo, nuestro Sol se ha hecho gradualmente más brillante durante los 4.500 millones de años transcurridos desde su formación. Cuando los océanos se formaron por primera vez en la Tierra, hace unos 4.000 millones de años, el Sol era un 30% más débil que ahora, por lo que el planeta tenía que retener mucha más energía solar para evitar que sus océanos se congelaran. A medida que pasaba el tiempo y el Sol vertía más energía sobre la Tierra, la composición de la atmósfera del planeta también cambió, influyendo en la temperatura a través del efecto invernadero. Sin embargo, a pesar de todo esto, parece que los océanos se mantuvieron unos pocos grados por encima de la congelación a lo largo de la historia de la Tierra. Ni demasiado frío, ni demasiado caliente.
Por poner sólo un ejemplo de cambio atmosférico, sabemos que hace 3.500 millones de años los océanos de la Tierra albergaban prósperas colonias de cianobacterias, algo parecido a lo que llamamos espuma verde de estanque. En aquella época, prácticamente no había oxígeno libre en la atmósfera, pero las bacterias emitían oxígeno como producto de desecho de la fotosíntesis (como siguen haciendo las plantas hoy en día). Al principio, este oxígeno se eliminaba mediante reacciones químicas, como la oxidación del hierro en las rocas de la superficie, pero hace unos 2.500 millones de años, su abundancia comenzó a aumentar en lo que algunos científicos llaman el Gran Evento de Oxidación. Presumiblemente, muchos de los habitantes originales del planeta que no podían tolerar el oxígeno se extinguieron entonces, ahogados en sus propios productos de desecho. Otros, sin embargo, se adaptaron y fueron capaces de utilizar el oxígeno para impulsar el ciclo de respiración que te mantiene a ti y a todos los demás animales del planeta con vida en la actualidad.
En 1978, el astrofísico Michael Hart, entonces en la Universidad Trinity de Texas, publicó un modelo informático que describía la historia de la atmósfera de la Tierra. En este modelo, el débil calor del Sol primitivo se veía favorecido por un efecto invernadero producido por el amoníaco y el metano de la atmósfera (ambos, al igual que el más conocido dióxido de carbono, CO2, son gases de efecto invernadero). A medida que el Sol se hacía más brillante, el oxígeno producido por los organismos vivos destruía estos compuestos, disminuyendo el efecto invernadero y compensando así el aumento de la radiación solar. Finalmente, surgió nuestra atmósfera actual, con un efecto invernadero impulsado por el dióxido de carbono y el vapor de agua. En esencia, la Tierra caminó por el filo de la navaja entre convertirse en un invernadero desbocado por un lado y congelarse por el otro.
La parte más importante del cálculo de Hart desde nuestro punto de vista, sin embargo, provino de la observación de lo que habría sucedido si la Tierra hubiera estado a una distancia del Sol diferente de la que tiene en la actualidad. Según su modelo, si la Tierra hubiera estado un uno por ciento más lejos o un cinco por ciento más cerca del Sol, se habría perdido el delicado equilibrio que permitía a los océanos permanecer en estado líquido. Así, las consideraciones sobre la evolución de la atmósfera de nuestro planeta condujeron a la idea de que existe una banda alrededor de una estrella en la que los océanos superficiales pueden permanecer líquidos durante miles de millones de años. Esta franja se denomina zona habitable circunestelar (ZCH) y se ha convertido en una de las ideas centrales que impulsan las reflexiones de los científicos sobre la vida en los exoplanetas.
- Vida imaginada: Un viaje científico especulativo entre los exoplanetas en busca de alienígenas inteligentes, criaturas de hielo y animales de supergravedad
- Zonas habitables circumestelares y habitabilidad
- El tipo de estrella implicada
- La evolución de la atmósfera
- Inteligencia y Tecnología
- Formas de vida en los mundos Ricitos de Oro
Vida imaginada: Un viaje científico especulativo entre los exoplanetas en busca de alienígenas inteligentes, criaturas de hielo y animales de supergravedad
Este libro no es un vuelo ficticio: los científicos James Trefil y Michael Summers toman lo que sabemos sobre los exoplanetas y la vida en nuestro propio mundo y utilizan esos datos para formular hipótesis sobre cómo, dónde y qué tipos de vida podrían desarrollarse. La vida imaginada es un libro imprescindible para todo aquel que quiera aprender cómo las realidades de nuestro universo pueden resultar mucho más extrañas que la ficción.
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Zonas habitables circumestelares y habitabilidad
Lo primero que podemos decir sobre las ZCH es que cada estrella tendrá una. Siempre habrá una banda alrededor de la estrella, es decir, donde el balance energético podría mantener la temperatura de una superficie planetaria entre los puntos de congelación y ebullición del agua. En el caso de las estrellas pequeñas y tenues, la banda es estrecha y cercana. Muchos de los exoplanetas conocidos en la CHZ de su estrella, por ejemplo, están más cerca de esa estrella que Mercurio del Sol. Del mismo modo, la CHZ de las estrellas grandes y brillantes es más amplia y se encuentra más lejos. Además, como se ha señalado anteriormente, la producción de energía de una estrella aumenta con el tiempo, por lo que la zona habitable se desplaza hacia el exterior a medida que la estrella envejece. Sin embargo, lo importante es que, dado que todas las estrellas tienen una zona de habitabilidad en algún lugar, es de esperar que, sólo por casualidad, se hayan formado algunos planetas en esas zonas.
Sin embargo, una vez hecho esto, tenemos que añadir que, en la última década o dos, los científicos se han dado cuenta de que la zona de habitabilidad debe ser considerada con mucho más cuidado de lo que permite un simple cálculo de equilibrio de temperatura. Como señala la astrofísica del MIT Sara Seager, un planeta en la zona habitable no tiene ninguna garantía de ser realmente habitable. De hecho, hay muchos factores que pueden influir en la posibilidad de que haya vida en los mundos de una CHZ.
A medida que ha ido avanzando la exploración de exoplanetas, encontrar un planeta de tipo terrestre en una CHZ se ha convertido en una especie de santo grial en la comunidad astronómica. Pero hoy nos hemos dado cuenta de que la habitabilidad de un planeta es algo más que la ubicación de su órbita. Por ejemplo, los investigadores han observado mundos que no estaban en la CHZ de sus estrellas, que no tenían océanos superficiales de agua líquida y que, sin embargo, eran posibles hogares para la vida e incluso para civilizaciones avanzadas. Consideraciones como éstas han llevado a los científicos a adoptar una visión mucho más amplia de las condiciones necesarias para la aparición de la vida.