El resurgimiento del comercio en Europa fue gradual. Las ciudades italianas, como Venecia, desarrollaron una flota mercantil (una flota de barcos comerciales) y se convirtieron en importantes centros de comercio en el Mediterráneo. Las ciudades de Flandes, una zona a lo largo de la costa de la actual Bélgica y el norte de Francia, tenían una ubicación ideal para los comerciantes del norte de Europa. Hacia el año 1100, se había desarrollado un comercio regular entre Flandes e Italia. Los mercaderes de los alrededores acudían a Flandes en busca de telas de lana. En el siglo XIII, se desarrolló una asociación comercial medieval, la Liga Hanseática, en la región del Báltico y el Mar del Norte. La Liga Hanseática era una alianza de más de 100 ciudades del norte de Europa que se unieron para protegerse mutuamente del comercio y tener oportunidades económicas. Para fomentar el comercio, los condes de Champaña, en el norte de Francia, iniciaron una serie de ferias comerciales anuales. Los mercaderes del norte de Europa llevaban pieles, telas de lana, estaño, cáñamo y miel para comerciar con telas y espadas del norte de Italia y con las sedas, el azúcar y las especias de Oriente. A medida que el comercio aumentaba, también lo hacía la demanda de monedas de oro y plata. Poco a poco, surgió una economía monetaria -un sistema económico basado en el dinero y no en el trueque-. Se crearon nuevas empresas comerciales y bancarias para gestionar el intercambio y la venta de mercancías. Estas nuevas prácticas formaban parte del auge del capitalismo comercial, un sistema económico en el que la gente invertía en el comercio y los bienes para obtener beneficios.