El parto es un proceso natural y, para muchas mujeres, se desarrolla según lo previsto. Pero cuando un bebé se retrasa o surgen complicaciones para la madre o el bebé, la mujer puede necesitar considerar la posibilidad de ser inducida, lo que significa acelerar el parto con intervención médica.
Límite de tiempo en el parto
En 1973, un médico irlandés llamado Kieran O’Driscoll introdujo una política de «gestión activa del parto» en un hospital irlandés que pasó a cambiar el aspecto global de la atención a la maternidad.
El objetivo de O’Driscoll era garantizar que todas las mujeres que dieran a luz por primera vez lo hicieran en las 12 horas siguientes al parto, para evitar el agotamiento físico y emocional de un parto prolongado (definido como más de 12 horas para las madres primerizas).
Según la política de gestión activa, se intervenía si el cuello uterino de la mujer no se dilataba un centímetro por hora. La intervención se producía rompiendo la bolsa de agua (conocida como membranas) y, una hora después, iniciando una hormona artificial por goteo intravenoso para estimular las contracciones del útero.
El goteo intravenoso se incrementaba a intervalos de 30 minutos hasta que las contracciones se producían con un intervalo de dos a tres minutos, o se administraba la dosis máxima.
Hoy en día, la inducción del parto es un proceso similar, pero comienza con uno o dos pasos adicionales para ayudar a la «maduración» del cuello uterino. Esto significa esencialmente ablandar el cuello del útero para que pueda dilatarse.
El primero es un «estiramiento y barrido» de las membranas. Esto implica que un profesional de la salud, a través de un examen vaginal, empuje su dedo a través del cuello uterino y frote la base de la bolsa de agua que encierra al bebé.
La segunda es la inserción de un gel hormonal o un catéter de balón en el canal cervical para ayudar a que se abra.
¿Cuándo se induce el parto?
Se suele inducir el parto cuando el embarazo de la mujer dura 40 semanas o más, o cuando se rompe la bolsa antes de las 34 semanas y se teme por la salud del bebé o de la madre.
También se puede inducir el parto: después de las 34 semanas si existe riesgo de infección para la madre o el bebé; cuando se cree que el bebé está creciendo «demasiado»; cuando las complicaciones del embarazo están afectando a la madre o al bebé; o cuando el bebé muere en el útero (mortinato).
Las mujeres con más de 39-40 semanas de gestación también pueden solicitar la inducción por motivos sociales, como planificar la fecha del parto en torno a compromisos familiares importantes, como el desplazamiento inminente de su pareja al extranjero. Aunque esto no se recomienda.
Sigue existiendo una gran controversia en torno a cuándo inducir el parto, especialmente en el caso de las mujeres con retraso.
Las inducciones posteriores a la fecha de parto (para mujeres con retraso) tienen como objetivo contrarrestar el mayor riesgo de nacimiento de un bebé muerto. Los médicos sostienen que, a partir de cierto momento, la placenta ya no puede proporcionar niveles adecuados de nutrición al bebé, lo que aumenta el riesgo de que nazca muerto.
La inducción para los embarazos atrasados también pretende reducir las probabilidades de tener un bebé grande (macrosómico), que podría ser difícil de dar a luz. Pero las «estimaciones» de los profesionales sobre el peso del feto, incluso mediante una ecografía, suelen ser inexactas.
Siempre es difícil tomar decisiones sobre la atención médica. Y en ellas influyen inevitablemente factores personales, culturales, sociales y organizativos. Pero una complejidad añadida en la atención a la maternidad es la díada madre-bebé. Cualquier decisión que se tome repercute, en última instancia, no sólo en la mujer que da a luz, sino también en su bebé (aún no nacido).
No obstante, la mujer debe ser el centro de la toma de decisiones. Y no debe realizarse ninguna inducción hasta que se aclaren los posibles beneficios, riesgos e implicaciones. La mujer también debe entender que la inducción es un paquete de intervenciones, y así tomar una decisión informada.
No todas las mujeres deben ser inducidas
Un estudio reciente del investigador obstétrico estadounidense William Grobman sugiere que la inducción rutinaria a las 39 semanas reduce las tasas de parto por cesárea en mujeres sin complicaciones identificadas en el embarazo.
Pero los resultados deben interpretarse con precaución.
En primer lugar, no es la mejor práctica inducir rutinariamente a una mujer de bajo riesgo únicamente para reducir el riesgo de cesárea.
En segundo lugar, las investigaciones existentes demuestran que los enfoques menos medicalizados del parto -como recibir atención por parte de una comadrona conocida en un modelo de continuidad de la atención durante todo el embarazo y el parto- tienen menos probabilidades de dar lugar a una intervención médica, y más probabilidades de que las mujeres se sientan más satisfechas y en control de su experiencia de parto.
En tercer lugar, la inducción a menudo hace que las mujeres sean más propensas a solicitar una epidural (alivio del dolor quirúrgico) debido a las contracciones inducidas artificialmente, dolorosas, repentinas e intensas. En un parto que no ha sido inducido, las contracciones se acumulan durante un período de tiempo, dando al cuerpo de la mujer la oportunidad de iniciar su proceso natural de alivio del dolor.
La epidural restringe el movimiento instintivo de la mujer durante el parto porque no puede mover las piernas. En consecuencia, la mujer no puede adoptar una posición óptima para el parto ni sentir cuándo se produce una contracción. Esto aumenta el riesgo de que se produzca un parto instrumental (utilizando ventosas o fórceps -que parecen grandes pinzas de ensalada- para guiar al bebé fuera del canal de parto) y los consiguientes desgarros.
Aunque a veces es necesaria la intervención, debemos recordar que un «buen parto» va más allá de tener un bebé sano. Las mujeres deben ser capaces de liderar la toma de decisiones durante su viaje de parto. Merecen sentirse respetadas en sus elecciones, para conseguir no sólo los mejores resultados físicos, sino también emocionales y psicológicos.