Las noticias recientes han puesto de relieve acciones poco éticas e incluso ilegales llevadas a cabo por personas y empresas motivadas principalmente por la codicia.
Los fiscales federales, por ejemplo, acusaron a 33 padres adinerados, algunos de los cuales eran celebridades, de pagar sobornos para que sus hijos entraran en las mejores universidades. En otro caso, el abogado Michael Avenatti fue acusado de intentar extorsionar millones a la empresa deportiva Nike.
Las acusaciones de codicia figuran en la demanda presentada contra los miembros de la familia Sackler, los propietarios de Purdue Pharma, acusados de impulsar potentes analgésicos así como el tratamiento de la adicción.
En todos estos casos, las personas o empresas aparentemente tenían riqueza y estatus de sobra, y sin embargo, supuestamente tomaron medidas para obtener aún más ventajas. ¿Por qué personas o empresas tan exitosas supuestamente cometerían delitos para obtener más?
Como estudioso de la ética religiosa comparada, a menudo enseño los principios básicos del pensamiento moral en diversas tradiciones religiosas.
El pensamiento religioso puede ayudarnos a entender la naturaleza humana y proporcionarnos una guía ética, incluso en casos de codicia como los mencionados aquí.
Ansiedad e injusticia
El trabajo del teólogo del siglo XX Reinhold Niebuhr sobre la ansiedad humana ofrece una posible explicación de lo que podría llevar a las personas a buscar más de lo que ya tienen o necesitan.
Niebuhr fue posiblemente el teólogo más famoso de su tiempo. Fue mentor de varias figuras públicas. Entre ellas, Arthur Schlesinger Jr., un historiador que trabajó en la Casa Blanca de Kennedy, y George F. Kennan, diplomático y asesor en asuntos soviéticos. Niebuhr también llegó a tener una profunda influencia en el ex presidente Barack Obama.
Niebuhr dijo que la tendencia humana a perpetuar la injusticia es el resultado de un profundo sentimiento de ansiedad existencial, que forma parte de la condición humana. En su obra «La naturaleza y el destino del hombre», Niebuhr describió a los seres humanos como criaturas tanto de «espíritu» como de «naturaleza».
Como «espíritu», los seres humanos tienen conciencia, lo que les permite elevarse por encima de las experiencias sensoriales que tienen en un momento dado.
Pero, al mismo tiempo, dijo, los seres humanos tienen cuerpos físicos, sentidos e instintos, como cualquier otro animal. Forman parte del mundo natural y están sujetos a los riesgos y vulnerabilidades de la mortalidad, incluida la muerte.
En conjunto, estos rasgos significan que los seres humanos no sólo son mortales, sino también conscientes de esa mortalidad. Esta yuxtaposición conduce a una ansiedad profundamente sentida que, según Niebuhr, es el «estado espiritual inevitable del hombre».
Para hacer frente a la ansiedad de saber que van a morir, dice Niebuhr, los seres humanos se ven tentados a aferrarse -y a menudo lo hacen- a cualquier medio de seguridad que parezca estar a su alcance, como el conocimiento, los bienes materiales o el prestigio.
En otras palabras, la gente busca la certeza en cosas que son inherentemente inciertas.
Hacer daño a los demás
Esta es una tarea infructuosa por definición, pero el problema mayor es que la búsqueda de la certeza en la propia vida casi siempre perjudica a los demás. Como escribe Niebuhr:
«El hombre está, como los animales, envuelto en las necesidades y contingencias de la naturaleza; pero a diferencia de los animales, ve esta situación y anticipa sus peligros. Trata de protegerse contra las contingencias de la naturaleza; pero no puede hacerlo sin transgredir los límites que se han establecido para su vida. Por tanto, toda la vida humana está envuelta en el pecado de buscar la seguridad a costa de otra vida.»
El caso de los padres que han podido cometer un fraude para conseguir codiciadas plazas para sus hijos en prestigiosas universidades ofrece un ejemplo de intento de encontrar algo de esta seguridad. Eso ocurre a costa de otros, que no pueden acceder a una universidad porque otro hijo ha entrado por medios ilegítimos.
Como han demostrado otras investigaciones, esa ansiedad puede ser más aguda en las personas de mayor estatus social. El miedo a la pérdida, entre otras cosas, bien podría impulsar tales acciones.
Lo que podemos aprender de Buda
Aunque el análisis de Niebuhr puede ayudar a muchos de nosotros a entender las motivaciones que hay detrás de la codicia, otras tradiciones religiosas podrían ofrecer más sugerencias sobre cómo afrontarla.
Hace varios siglos, Buda dijo que los seres humanos tienen tendencia a apegarse a las «cosas», a veces a los objetos materiales y a veces a las «posesiones», como el prestigio o la reputación.
El académico Damien Keown explica en su libro sobre la ética budista que, en el pensamiento budista, todo el universo está interconectado y cambia constantemente. La gente percibe las cosas materiales como estables y permanentes, y las deseamos y tratamos de aferrarnos a ellas.
Pero como la pérdida es inevitable, nuestro deseo por las cosas nos hace sufrir. Nuestra respuesta a ese sufrimiento suele ser aferrarnos a las cosas cada vez con más fuerza. Pero acabamos perjudicando a los demás en nuestro afán por sentirnos mejor.
Tomados en conjunto, estos pensadores proporcionan una visión de los actos de codicia cometidos por quienes ya tienen mucho. Al mismo tiempo, las enseñanzas de Buda sugieren que nuestros más denodados esfuerzos por conservar las cosas para nosotros mismos no pueden superar su impermanencia. Al final, siempre perderemos lo que intentamos agarrar.