Situaciones de la vida real
Las aneuploidías fetales son defectos genéticos que pueden identificarse prenatalmente. La más común de ellas es la Trisomía 21. No existe ninguna terapia, ninguna cura disponible para estos defectos que pueda aplicarse en este momento al niño no nacido. La única manera de prevenir la manifestación de esta condición congénita es destruir al niño. Nueve de cada diez fetos diagnosticados prenatalmente con síndrome de Down son abortados en Estados Unidos (IDSC 2009). La persona inferior, la que muestra el rasgo indeseable, es eliminada con la expectativa de un futuro hijo sano.
El cribado prenatal también se realiza para determinar características no consideradas defectos de nacimiento, como el sexo del feto. En algunas culturas se practica la selección del sexo; se prefiere el hijo varón. Los hijos varones permanecen en la familia y son una fuente de ingresos y apoyo para los padres cuando envejecen. Las niñas dejan su propia familia y se unen a la del marido. Además, hay que pagar la dote de la niña. El aborto después de una ecografía y el infanticidio de niñas se practican ampliamente en China e India para asegurar el nacimiento de una descendencia masculina. Esta práctica ha provocado un desequilibrio en la proporción entre hombres y mujeres. En China, la proporción de la población se ha visto gravemente afectada, ya que si la proporción normal entre hombres y mujeres es de 105 niños por cada 100 niñas, en algunas zonas llega a ser de 150 niños por cada 100 niñas (Steinbock 2002). En los países en los que la selección del sexo es habitual se han producido graves consecuencias sociales. Los hombres en edad reproductiva no pueden encontrar esposa y han recurrido a abandonar sus países para encontrarla en otros lugares. La tasa de natalidad ha disminuido de forma alarmante. Este es un ejemplo de un fin meritorio, el apoyo a la unidad familiar, conseguido mediante el asesinato de niñas inocentes, y con alarmantes consecuencias a largo plazo.
Estas son situaciones de la vida real. La selección de los padres por rasgos específicos suscita importantes preocupaciones: la destrucción del hijo «defectuoso» o no deseado es siempre una característica de la toma de decisiones; y en el caso de la mejora genética de la línea germinal, todas las consecuencias, previstas o imprevistas, se transmitirían a todas las generaciones posteriores. Simplemente hay demasiadas incógnitas, y los efectos secundarios podrían ser desastrosos. Se me ocurren otras consecuencias sociales a largo plazo: ¿Se obligará a los padres a practicar la mejora en sus hijos? ¿El padre que no pueda permitirse la mejora o que no mejore a su hijo por otra razón será considerado un mal padre? ¿Serán discriminados estos padres? ¿Serán los niños «inferiores» disminuidos o rechazados por los padres, por la sociedad?3
¿Afecta la mejora humana del niño a la relación padre-hijo?
Los padres tienen la responsabilidad del bienestar de sus hijos; tienen un amplio margen de discreción para determinar en qué consistirá ese bienestar. Al mismo tiempo, los niños son considerados seres por derecho propio, con ciertos intereses que deben ser reconocidos independientemente de las preferencias de sus padres.
La buena crianza debe basarse en el amor y la aceptación del niño. Los padres deben ofrecer un amor incondicional y valorar a sus hijos sin tener en cuenta sus rasgos. Los padres desean para sus hijos los rasgos físicos, conductuales y psicológicos que permiten obtener los mejores resultados en la vida y en las relaciones. Con la aceptación incondicional, los padres trabajan para mejorar las habilidades naturales de sus hijos en un esfuerzo por proporcionarles las mejores oportunidades de éxito.
La mejora humana a través de la genética u otras tecnologías reproductivas presenta una situación diferente. Esta intervención tiene como resultado el diseño del niño según las expectativas de los padres. El diseño del niño según la selección de rasgos de los padres puede dejar poco espacio para la consideración de las elecciones del niño. Un principio ético básico establece que las personas son fines en sí mismas, no para ser utilizadas como medios. Cuando las personas se utilizan como medios, no son libres de tomar sus propias decisiones. El niño puede ser visto como un producto. Esta relación desigual puede dar lugar a una situación de control, de dominio sobre el niño. Puede haber un vínculo entre el dominio sobre el niño y el amor condicionado (Lewens 2009, 354). El niño sería aceptado si se cumplen las expectativas de los padres. Si no se mejora el rasgo indeseable, el niño puede ser visto como defectuoso y menos deseable. El rechazo total se produce cuando se aborta al niño no nacido para evitar el rasgo indeseable. El amor incondicional significa una aceptación plena y sin reservas. En este caso, el niño es aceptado con la condición de que nazca sin el rasgo indeseable.
En conclusión, la nueva eugenesia, aunque basada en la ciencia, sigue persiguiendo el mismo objetivo que la antigua eugenesia, el desarrollo de un individuo superior. La eliminación del individuo inferior sigue siendo una parte integral de este sistema de ideas. La aceptación condicionada del niño por parte de los padres puede afectar negativamente a la relación padre-hijo y, en última instancia, a la unidad familiar, que es la institución básica de la sociedad.