La capital del Imperio Bizantino era la ciudad de Constantinopla. La ciudad comenzó a ser el centro del Imperio Bizantino a partir del siglo IV y, a lo largo de los siglos posteriores, se convirtió en una de las ciudades más grandes y ricas de toda la Europa medieval.
Durante el periodo de existencia del Imperio, desde el siglo IV hasta el siglo XV, Constantinopla resistió un gran número de ataques y asedios. Esto fue posible en gran medida gracias a las elaboradas y muy eficaces estructuras de defensa que protegían la ciudad por todos lados.
En 1453, después de que el Imperio hubiera sufrido un largo período de decadencia, la ciudad cayó finalmente en manos de los otomanos. La caída de la capital del Imperio Bizantino marcó también el fin del propio Imperio.
Los cimientos de Constantinopla
El emperador Constantino, que gobernaba tanto el Imperio Romano de Occidente como el Imperio Bizantino, concibió la idea de trasladar la capital de Oriente al lugar donde se encontraba la antigua ciudad de Bizancio. Como resultado, la ciudad de Constantinopla se construyó en ese lugar desde el año 324 hasta el 337.
Como la ciudad iba a ser la capital imperial de Constantino, éste ordenó la construcción de un gran número de edificios monumentales de gran belleza arquitectónica y sentó las bases de una ciudad verdaderamente grandiosa. Entre los siglos IV y VI, los territorios del Imperio Romano de Occidente se volvieron cada vez más indefendibles y el centro del poder romano se trasladó, en consecuencia, a Constantinopla.
Las murallas de Constantinopla
La permanencia de la gran ciudad de Constantinopla bajo el dominio bizantino fue uno de los factores vitales que contribuyeron a la continuidad del Imperio también. La ciudad fue asediada por diferentes grupos de invasores, como los ávaros, los búlgaros y los árabes. Pero gracias a sus impenetrables murallas, la ciudad nunca cayó durante un asedio hasta 1453.
Las murallas originales de la ciudad fueron construidas durante el reinado de Constantino en el siglo IV. Durante el reinado de Teodosio, en el siglo V, se añadieron a estas murallas originales dos capas más de murallas salpicadas de un gran número de torres. El resultado fue que la ciudad de Constantinopla llegó a estar custodiada por una barrera permanente prácticamente impenetrable.
Caída de Constantinopla
La ciudad cayó en manos del ejército otomano en 1453. Esto tuvo lugar después de siglos de un Imperio en declive y de los estragos de la peste negra que afectó a la ciudad en el siglo XIV. A mediados del siglo XV, la ciudad había perdido la mayor parte de su grandeza original y quedó reducida a un conjunto de aldeas diseminadas dentro de los límites de la ciudad.
En 1453, el ejército otomano al mando de Mehmed II sitió la ciudad y pudo entrar en ella después de siete semanas. La caída de la ciudad en manos de los otomanos marcó la desaparición definitiva del Imperio Bizantino y el fin del dominio bizantino sobre la gran ciudad.
El papel de Constantinopla en el Imperio Bizantino
La ubicación de Constantinopla y su posición como capital del Imperio Bizantino fueron aspectos que marcaron en gran medida la perspectiva de la ciudad a lo largo de la época medieval. La ciudad heredó el rico patrimonio de las culturas romana y griega y acabó embelleciéndose con los singulares monumentos bizantinos erigidos por los emperadores posteriores.
Incluso después de que la ciudad cayera en manos de los otomanos, los manuscritos clásicos de textos griegos y romanos almacenados en sus bibliotecas fueron llevados por los refugiados a Italia, donde acabaron provocando el Renacimiento italiano.