Tipos y funciones de los linfocitos
Los dos tipos principales de linfocitos son los linfocitos B y los linfocitos T, o células B y células T. Ambos se originan en las células madre de la médula ósea y su aspecto es inicialmente similar. Algunos linfocitos migran al timo, donde maduran hasta convertirse en células T; otros permanecen en la médula ósea, donde -en los humanos- se convierten en células B. La mayoría de los linfocitos son de corta duración, con una vida media de una semana a unos pocos meses, pero unos pocos viven durante años, proporcionando una reserva de células T y B de larga duración. Estas células son responsables de la «memoria» inmunológica, una respuesta más rápida y vigorosa ante un segundo encuentro con el mismo antígeno.
A través de las moléculas receptoras de su superficie, los linfocitos son capaces de unirse a los antígenos (sustancias o microorganismos extraños que el huésped reconoce como «no propios») y ayudar a eliminarlos del organismo. Cada linfocito tiene receptores que se unen a un antígeno específico. La capacidad de responder a prácticamente cualquier antígeno proviene de la enorme variedad de poblaciones de linfocitos que contiene el organismo, cada una de ellas con un receptor capaz de reconocer un antígeno único.
Una vez estimulada por la unión a un antígeno extraño, como un componente de una bacteria o un virus, un linfocito se multiplica en un clon de células idénticas. Algunas de las células B clonadas se diferencian en células plasmáticas que producen moléculas de anticuerpos. Estos anticuerpos son muy parecidos a los receptores del linfocito B precursor y, una vez liberados en la sangre y la linfa, se unen al antígeno objetivo e inician su neutralización o destrucción. La producción de anticuerpos continúa durante varios días o meses, hasta que el antígeno ha sido superado. Otras células B, las células B de memoria, son estimuladas para multiplicarse pero no se diferencian en células plasmáticas; proporcionan al sistema inmunitario una memoria duradera.
En el timo, las células T se multiplican y se diferencian en células T auxiliares, reguladoras o citotóxicas o se convierten en células T de memoria. A continuación, se distribuyen en los tejidos periféricos o circulan por la sangre o el sistema linfático. Una vez estimuladas por el antígeno apropiado, las células T auxiliares secretan mensajeros químicos denominados citoquinas, que estimulan la diferenciación de las células B en células plasmáticas, promoviendo así la producción de anticuerpos. Las células T reguladoras actúan para controlar las reacciones inmunitarias, de ahí su nombre. Las células T citotóxicas, que son activadas por diversas citocinas, se unen a las células infectadas y a las células cancerosas y las eliminan.