Gulliver en Liliput (1982)

Los afortunados que hayan leído la siempre popular novela de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver sabrán que persiste como obra maestra satírica de la literatura universal, pero no reconocerán gran parte de esta caprichosa ampliación del libro inicial del clásico que presenta al náufrago cirujano naval varado en la diminuta isla de Liliput, una tierra en la que todas las proporciones se escalan a una pulgada por cada doce del lector. Dado que Lemuel Gulliver relata la historia en primera persona, y que sus circunstancias son tan extraordinarias desde el punto de vista físico, es una pieza difícil de filmar si no es mediante animación, y este curioso intento, más bien inconexo, no se centra en el propio Gulliver, sino en un personaje menor de la novela, Lady Flimnap (Elisabeth Sladen), un coqueto miembro de la corte real liliputiense, esposa de un ministro cornudo, una dama que debemos creer que se enamora del afable gigante de Wapping. Sladen es una hábil intérprete y las intrigas románticas de su papel dan lugar a un relato agradable, pero la incisiva visión de Swift se revela en contadas ocasiones, e incluso la famosa discusión sobre qué extremo de un huevo debe romperse correctamente se aborda de forma improvisada y prácticamente literal, La mordaz obra de sátira de Swift se convierte principalmente en un conflicto romántico entre Lady Flimnap y la reina Smilinda de Liliput (Linda Polan), cada una de las cuales anhela la atención de Lemuel, mientras que las acciones militares entre Liliput y su belicosa nación Blefescu se tratan sólo verbalmente y con dibujos de línea, debido principalmente al restringido presupuesto de la película. Producida para la BBC con un guión del director Barry Letts, un veterano en este tipo de «adaptaciones», la obra se distingue por una buena cantidad de ingenio verbal y visual, incluyendo un ingenioso juego de palabras que refleja con exactitud la época de Swift, y aunque el espectador reconocerá que esta película sólo refleja marginalmente el original, todavía hay mucho que disfrutar aquí. A estas ventajas hay que añadir la sólida interpretación de un veterano elenco de actores de la BBC que se beneficia de pocas repeticiones, una partitura bien elaborada y apropiada de Stephen Deutsch, el hábil maquillaje de Pamela Meager y, a pesar de que no todo el vestuario ha sido diseñado para esta producción, los creados y seleccionados por Amy Roberts son encantadores para una película que, teniendo en cuenta que en el fondo es una farsa, aporta diversión a lo largo de su duración; da bastantes vueltas a Swift, pero es divertida en sus propios términos.