Fronteras de la Genética

Editorial sobre el tema de investigación
Genética poblacional del pueblo judío mundial

Antecedentes

Stephen Jay Gould señaló que «las historias más erróneas son las que creemos conocer mejor y, por lo tanto, nunca las escrutamos ni las cuestionamos» (Gould, 1996). En el pasado, se creía que los chamanes y los sacerdotes tenían omnipotencia para controlar la naturaleza, el hombre y el destino. Como guardianes de la historia y la memoria, desarrollaban cautivadoras narraciones que delimitaban la naturaleza, la religión y la mitología y aspiraban a que los humanos siguieran esforzándose por domar los mundos natural y sobrenatural. Hoy en día, los científicos han adoptado el papel tradicional de los chamanes y, penosamente, parte de su inclinación por las narrativas (Sand, 2015).

Al reconstruir el pasado a partir de la distribución de la variación genética, los genetistas de poblaciones se basan a menudo en las narrativas. Para decidir entre escenarios, los genetistas cuentan con una multitud de accesorios que van desde las teorías evolutivas hasta las herramientas computacionales avanzadas aplicables a los genomas modernos y antiguos (Veeramah y Hammer, 2014; Morozova et al., 2016). En sus esfuerzos por comprender los orígenes humanos, los genetistas también recurren a otras disciplinas como la antropología, la lingüística, la arqueología y la historia. Sin embargo, como ocurre con cualquier reconstrucción histórica, el pasado inferido sigue siendo objeto de controversia debido a la subjetividad de los datos, las herramientas, las suposiciones y, sobre todo, las narrativas que guiaron al científico (Sand, 2015). Los estudios genéticos de las comunidades judías son especialmente vulnerables a estas controversias, ya que estas comunidades han adoptado diversas narrativas desde sus inicios (por ejemplo, Patai y Patai, 1975; Kirsh, 2003, 2007; Kahn, 2005; Falk, 2006; Sand, 2009).

Una narrativa puede encontrar su fin de varias maneras. Puede evolucionar hacia una nueva narrativa, normalmente asimilando elementos de otras narrativas, puede evolucionar por «deriva» y eventualmente ser reemplazada por una variante más adecuada, o puede rendirse al escrutinio científico que puede probarla o descartarla como ficticia.

Este es el caso actual de dos narrativas judeocristianas centrales: la primera, propuesta hace menos de dos siglos por el historiador Heinrich Graetz, describe el origen de los judíos actuales como descendientes lineales de los judaicos bíblicos. Esta narrativa carece de pruebas históricas (Sand, 2009) y lingüísticas (Wexler, 1993, 2011). La segunda, arraigada en los mitos cristianos del siglo I que fueron interiorizados por los eruditos judíos, alude al «exilio romano» que siguió a la destrucción del templo de Herodes (70 d.C.) e introdujo una población judía masiva en tierras romanas (Yuval, 2006). Tal trasplante de población, sin embargo, también carece de apoyo histórico y lingüístico (Horon, 2000; Yuval, 2006; Sand, 2009; Wexler, 2016).

La mayoría de los estudios genéticos sobre los judíos se centraron en los judíos asquenazíes (AJ). El primer estudio genético que cuestionó el origen levantino de los AJs argumentó que dicho origen solo se ha mantenido y «replicado» debido a la falacia de la falsa dicotomía y que un origen caucásico, nunca verdaderamente explorado, explica mejor los datos (Elhaik, 2013). Un estudio de seguimiento (Costa et al., 2013) informó de que al menos el 90% de la ascendencia materna asquenazí es autóctona de Europa y probablemente se originó a través de la conversión de las poblaciones locales, mientras que el resto tiene orígenes asiáticos o no identificados. Estos resultados están respaldados por pruebas de ADN antiguas que muestran un 0-3% de ascendencia levantina y una ascendencia iraní dominante (88%) en los AJ actuales (Das et al.). Curiosamente, estas pruebas explican las estimaciones más elevadas de ascendencia de Oriente Medio, que van del 27 al 65% (Figura 1), ya que los análisis anteriores consideraban a Irán y al Cáucaso como parte de «Oriente Medio», inflando así la proporción de ascendencia de Oriente Medio, o bien comparaban a los AJ con los palestinos, que son una población con un 40% de ascendencia no levantina que aumenta su similitud con los AJ (Das et al.). La segunda narrativa se ha reavivado recientemente debido a la similitud genética entre los AJ y las poblaciones del sur de Europa (Xue et al., 2017). Sin embargo, esta similitud puede explicarse por el origen grecorromano de los AJ que vivían a lo largo de las costas del Mar Negro en el «antiguo Ashkenaz» durante los primeros siglos de nuestra era (Das et al., 2016), lo cual está respaldado por pruebas históricas (Harkavy, 1867) y lingüísticas (Das et al., 2016). A la luz de estos hallazgos (Figura 1), la propuesta de Ostrer de que las disputas por la tierra en Oriente Medio deberían decidirse por la proporción de ascendencia de Oriente Medio en el genoma de cada uno (Ostrer, 2012) es lamentable y subyace el peligro de desarrollar políticas basadas en narrativas mal fundadas.

FIGURA 1
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Figura 1. La ascendencia levantina o de Oriente Medio de los judíos asquenazíes a lo largo del tiempo. Se muestran nueve estimaciones genómicas de la ascendencia levantina en los AJ (2009-2017) (Kopelman et al., 2009; Need et al., 2009; Tian et al., 2009; Atzmon et al., 2010; Costa et al., 2013; Elhaik, 2013; Carmi et al., 2014; Das et al., 2016; Xue et al., 2017) derivadas de datos autosómicos, del genoma completo o del ADNmt. Los estudios que informan de un porcentaje «intermedio» entre las poblaciones de Oriente Medio y Europa se muestran como un 50% de ascendencia de Oriente Medio. El porcentaje de ascendencia levantina entre los AJ muestra una tendencia decreciente a lo largo del tiempo (r = -0,49), siendo las estimaciones más recientes cercanas a cero.

Estas no son las únicas narrativas judías en cuestión. En los últimos años, las narrativas históricas, teológicas, lingüísticas y genéticas han sido cuestionadas y sustituidas por nuevas teorías (Patai, 1990; Wexler, 1993, 1996; Finkelstein y Silberman, 2002; Sand, 2009; Finkelstein, 2013; Kohler, 2014; Das et al., 2016; Elhaik). Esto era de esperar, ya que el desmantelamiento de estas narrativas no solo socava su base histórica, sino que también hace que cualquier idea sobre los judaicos obtenida mediante el estudio de los judíos de hoy en día sea errónea.

Para reflexionar sobre el estimulante progreso en el más joven de estos campos -la genética de poblaciones- este tema de Fronteras pretendía aportar los hallazgos y perspectivas más actualizados. El primer artículo de este tema (Tofanelli et al.) examina la hipótesis del «gen Cohen» originada por Skorecki et al. (1997). En ese estudio, los autores informaron de que los individuos con el apellido Cohen localizados en Canadá, el Reino Unido y las playas de Tel Aviv (Goldstein, 2008) presentan diferencias genéticas con respecto a la población israelí general en su cromosoma Y. Skorecki y sus colegas afirmaron que estas diferencias evidenciaban su ascendencia de los antiguos sumos sacerdotes judaicos, aunque nunca se tomaron muestras de los antiguos sacerdotes. Tofanelli et al. demostraron que la narrativa del «gen Cohen» carece de apoyo biológico y criticaron el uso de motivos de haplotipos como predictor fiable de la «judeidad». Nogueiro et al. estudiaron el origen de los judíos sefardíes portugueses. Los autores informaron de que la diversidad genética de los marcadores uniparentales alude a la complejidad de los procesos demográficos que subyacen al acervo genético de los descendientes de los criptojudíos portugueses, que probablemente implican introgresión desde poblaciones ibéricas y mezcla con ellas. Estos hallazgos fueron cuestionados por ser interpretados dentro de una narrativa a priori que describía a los criptojudíos portugueses como un aislamiento reproductivo (Marcus et al.). La perspectiva de Falk tiró de la manta en el campo de la genética judía, argumentando que hasta ahora no se habían encontrado marcadores judíos, lo que pone de manifiesto la inminente pregunta: ¿quiénes son las personas estudiadas y cuál es su parentesco con los antiguos judaicos, si es que lo hay? Elhaik desarrolló el postulado de Falk en una prueba a ciegas e invitó a miembros del público, del mundo académico y de la industria que afirmaban poder distinguir genómicamente a los judíos de los no judíos a demostrar sus afirmaciones. Al no satisfacer los términos de la prueba y explicar por qué es improbable que existan «biomarcadores judíos», Elhaik llegó a la conclusión de que todos los hallazgos relativos a la genética judía deberían ser evaluados críticamente.

Las conclusiones de estos estudios son innovadoras. El abandono del origen levantino de los judíos suscita nuevas preguntas sobre el origen de las distintas comunidades judías, el flujo genético experimentado con otras comunidades y el destino de los antiguos judaicos, que algunos autores discuten. El trabajo presentado aquí deja de lado muchas otras narrativas que también deberían ser reevaluadas, como la supuesta ausencia de alcohólicos entre los judíos (Keller, 1970), que se cree que tiene una base genética (Bray et al., 2010), mientras que en realidad el alcoholismo en Israel es una preocupación importante (Efrati, 2014). Esperamos que los artículos publicados bajo este tema sean valiosos para futuras becas.

Financiación

EE fue parcialmente apoyado por The Royal Society International Exchanges Award a EE y Michael Neely (IE140020), MRC Confidence in Concept Scheme award 2014-University of Sheffield a EE (Ref: MC_PC_14115), y una beca de la National Science Foundation DEB-1456634 a Tatiana Tatarinova y EE.

Contribuciones del autor

El autor confirma ser el único contribuyente de este trabajo y lo aprobó para su publicación.

Declaración de conflicto de intereses

EE es consultor de DNA Diagnostic Centre.

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