Cuestiones sociales y económicas – Alimentos modificados genéticamente

Regulaciones y por qué?

Porque los alimentos modificados genéticamente han sido uno de los temas más controvertidos que han sido noticia en los últimos años. Muchas organizaciones medioambientales, ONG y grupos de interés público europeos llevan meses protestando activamente contra los alimentos transgénicos. Además, recientes estudios controvertidos sobre los efectos de los alimentos modificados genéticamente han llevado el tema de la ingeniería genética al primer plano de la conciencia pública (Fonseca, Planchon, Renaut, Oliveira, & Batista, 2012; Losey, Rayor, & Carter, 1999; Nykiforuk, Shewmaker, Harry, Yurchenko, Zhang, Reed, et al., 2012). En general, en Europa, la idea de introducir productos alimentarios transgénicos en el mercado para el consumo humano y o como alimento para animales no ha sido bien recibida por razones de salud (Maga & Murray, 2010). Aunque no hay resultados claros de investigación que sugieran los efectos negativos de los alimentos transgénicos para la salud humana, el distanciamiento de los alimentos transgénicos es más o menos preventivo. Sin embargo, con el creciente interés en el uso de biocombustibles como una de las fuentes de energía alternativa, la ingeniería genética entra en juego por razones económicas.

Como reacción a la creciente preocupación pública sobre los alimentos y productos transgénicos, muchos gobiernos de todo el mundo han adoptado diferentes enfoques para abordar este tema candente sobre los alimentos transgénicos. Esto ha dado lugar a la creación de normativas sobre OGM que, en la mayoría de los casos, son específicas de cada país o región. El Parlamento y el Consejo europeos, por ejemplo, han establecido reglamentos relativos a los alimentos transgénicos para proteger la salud humana y el bienestar de los ciudadanos, así como los intereses sociales y económicos europeos (McCabe & Butler, 1999). La normativa de la UE distingue entre alimentos y piensos modificados genéticamente y, además, da instrucciones específicas sobre cómo deben etiquetarse los productos modificados genéticamente en función de la cantidad de modificaciones realizadas.

La normativa de la UE sobre OMG sugiere, por ejemplo, que si el nivel combinado de presencia accidental o técnicamente inevitable de materiales modificados genéticamente en un alimento o un pienso o en uno de sus componentes es superior al umbral establecido, dicha presencia debe indicarse de acuerdo con esta normativa y que deben adoptarse disposiciones detalladas para su aplicación (Ramon, MacCabe, & Gil, 2004). Debe preverse la posibilidad de establecer umbrales más bajos, en particular para los alimentos y los piensos que contengan o se compongan de OMG o para tener en cuenta los avances de la ciencia y la tecnología. En mi opinión, la normativa europea sobre alimentos transgénicos es la más estricta del mundo y no está del todo claro si hay o no espacio para los productos transgénicos debido a la complejidad en la comprensión y aplicación de dicha normativa. No obstante, la normativa de la UE en materia de OMG podría resumirse en que su objetivo es sentar las bases para garantizar un elevado nivel de protección de la vida y la salud de las personas, la salud y el bienestar de los animales, el medio ambiente y los intereses de los consumidores en relación con los alimentos y los piensos modificados genéticamente, al tiempo que se garantiza el funcionamiento eficaz del mercado interior; establecer procedimientos comunitarios para la autorización y la supervisión de los alimentos y los piensos modificados genéticamente; y establecer disposiciones para el etiquetado de los alimentos y los piensos modificados genéticamente.

De forma similar, el proceso de regulación de Estados Unidos es confuso porque hay tres agencias gubernamentales diferentes que tienen jurisdicción sobre los alimentos modificados genéticamente. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) evalúa si la planta es segura para el consumo; la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (EPA) evalúa la seguridad medioambiental de las plantas transgénicas, y el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) que evalúa si la planta que se va a cultivar es segura (Pelletier, 2005; Strauss, 2006). El USDA tiene muchas divisiones internas que comparten la responsabilidad de evaluar los alimentos transgénicos. Entre estas divisiones se encuentran el Servicio de Inspección de Sanidad Animal y Vegetal (APHIS), que realiza pruebas de campo y emite permisos para cultivar productos transgénicos, el Servicio de Investigación Agrícola, que realiza investigaciones internas sobre alimentos transgénicos, y el Servicio de Investigación, Educación y Extensión Cooperativa Estatal, que supervisa el programa de evaluación de riesgos del USDA (Whitman, 2000). Esto implica que hay una combinación de reglamentos de estas tres agencias que hay que seguir para llevar a cabo la alimentación transgénica. No obstante, se calcula que hasta el 70% de los alimentos procesados que se encuentran en las estanterías de los supermercados estadounidenses, desde refrescos hasta sopas, pasando por galletas y condimentos, contienen ingredientes modificados genéticamente. En la actualidad, hasta el 85% del maíz estadounidense está modificado genéticamente, al igual que el 91% de la soja y el 88% del algodón (el aceite de semilla de algodón se utiliza a menudo en los productos alimenticios) (Whitman, 2000).

En muchos países en vías de desarrollo en los que, debido a los cambios estacionales, suele haber una temporada de abundancia y otra de hambruna, los alimentos transgénicos suponen un problema menor porque el objetivo es alimentar a la población hambrienta. Aunque algunos de ellos pueden tener regulaciones sobre OGM, cuando la ayuda alimentaria llega a sus países en el momento de la catástrofe, sus normas y regulaciones no son importantes en ese momento. Esto es comprensible porque el objetivo final es salvar vidas antes de pensar en cualquier reparo.

Las plantas siempre han sido capaces de desarrollar mecanismos a lo largo de los años para soportar el estrés ambiental (la sequía, la depredación y la contaminación, por nombrar algunos) y, en consecuencia, se han adaptado al entorno cambiante desarrollando genes resistentes a los diferentes factores. Esto se apoya en el hecho de que, históricamente, se asumía que los cambios en las plantas como resultado de la modificación genética en la cría son generalmente seguros y no dañinos. Sin embargo, esto fue eventualmente desafiado con la llegada de la tecnología del ADNr (ácido desoxirribonucleico ribosomal) a principios de la década de 1970, cuando Cohen y Boyer vincularon con éxito dos piezas diferentes de ADN (McHughen & Smyth, 2008).

El mundo científico no reconoció los potenciales positivos de la ingeniería genética para el mejoramiento de cultivos, sino los riesgos asociados a estas técnicas (Berg & et al., 1974; McHughen & Smyth, 2008).

Durante el último siglo, la agricultura en general y el fitomejoramiento en particular han disfrutado de un rápido dinamismo en la investigación, que ha supuesto rápidos y valiosos avances. Las formas tradicionales de mejora genética de los cultivos, como la selección y la polinización cruzada, siguen siendo las herramientas habituales en la caja de herramientas del obtentor, pero se han complementado con una serie de innovaciones nuevas y especializadas, como la cría por mutación mediante radiación ionizante o productos químicos mutagénicos, los cruces amplios entre especies que requieren intervenciones humanas como el rescate de embriones y los transgénicos, comúnmente denominados modificación genética.