En el contexto histórico europeo, una alianza militar puede considerarse como una liga entre estados independientes, definida por un tratado, con el propósito de realizar acciones combinadas, defensivas u ofensivas, o ambas. La alianza más antigua del mundo en la actualidad es la anglo-portuguesa, que data de 1373, cuando los entonces reinos de Inglaterra y Portugal se comprometieron a una «amistad perpetua» entre ambos países. Esto sigue vigente hoy en día entre el actual Reino Unido y Portugal, y ambos nunca se han enfrentado en ninguna campaña militar. Las alianzas se han dirigido a menudo a objetos específicos cuidadosamente definidos en los tratados. Así, la Triple Alianza de 1668 entre Gran Bretaña, Suecia y los Países Bajos, y la Gran Alianza de 1689 entre el Sacro Imperio Romano Germánico, Holanda, Inglaterra, España y Sajonia, estaban ambas dirigidas contra el poder de Luis XIV de Francia. La Cuádruple o Gran Alianza de 1814, definida en el Tratado de Chaumont, entre Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia, tenía por objeto el derrocamiento de Napoleón y su dinastía, y el confinamiento de Francia dentro de sus fronteras tradicionales. La Triple Alianza de 1882 entre Alemania, Austria e Italia estaba ostensiblemente dirigida a la preservación de la paz europea contra cualquier posible acción agresiva de Francia o Rusia; y esto condujo a su vez, unos diez años más tarde, a la Doble Alianza entre Rusia y Francia, para el apoyo mutuo en caso de cualquier acción hostil de las otras potencias.
Ocasionalmente, sin embargo, se ha intentado dar a las alianzas un carácter más general. Así, la Santa Alianza del 26 de septiembre de 1815 fue un intento, inspirado en el idealismo religioso del emperador Alejandro I de Rusia, de encontrar en los «preceptos sagrados del Evangelio», una base común para una liga general de los gobiernos europeos, siendo su objeto, principalmente, la preservación de la paz. Así, también, por el artículo VI del Cuádruple Tratado firmado en París el 20 de noviembre de 1815 -que renovó el de Chaumont y volvió a ser renovado, en 1818, en Aix-la-Chapelle-, el ámbito de la Gran Alianza se extendió a objetos de interés común que no estaban específicamente recogidos en los tratados. El artículo dice: «A fin de consolidar el íntimo vínculo que une a los cuatro soberanos para la felicidad del mundo, las Altas Potencias Contratantes han acordado renovar a intervalos fijos, ya sea bajo sus propios auspicios o por medio de sus respectivos ministros, reuniones consagradas a grandes objetos comunes y al examen de las medidas que en cada una de estas épocas se juzguen más saludables para la paz y la prosperidad de las naciones y el mantenimiento de la tranquilidad de Europa».
Fue este artículo del tratado del 20 de noviembre de 1815, y no la Santa Alianza, el que constituyó la base del serio esfuerzo realizado por las grandes potencias, entre 1815 y 1822, para gobernar Europa de forma concertada. En general, demostró que una alianza, para ser eficaz, debe estar claramente definida en cuanto a sus objetivos, y que, a la larga, el tratado en el que se definen estos objetivos debe -por citar la frase un tanto cínica de Otto von Bismarck- «reforzarse en función de los intereses» de las partes implicadas. Sin embargo, la «alianza moral» de Europa, como la llamó el conde Karl Nesselrode, aunque no logró asegurar la armonía permanente de las potencias, fue un instrumento eficaz para la paz durante los años inmediatamente posteriores a la caída de Napoleón; y sentó el precedente de esas reuniones periódicas de los representantes de las potencias, para la discusión y solución de cuestiones de importancia internacional, que, aunque engorrosas e ineficaces para el trabajo constructivo, contribuyeron en gran medida a la preservación de la paz general durante gran parte del siglo XIX.