¿Qué te gustaría cambiar? Supongo que podría enumerar varias ideas con bastante rapidez. La mayoría de la gente mantiene una lista de objetivos de mejora personal: estar menos estresado, perder peso, comer mejor, ser un padre diferente, reforzar una habilidad, ampliar la red de contactos, conseguir un nuevo trabajo, etc. No hay escasez de ideas sobre cómo cambiar, pero hacer el cambio es otra historia. Es bien sabido que incluso nuestros propósitos más ardientes se quedan en nada. ¿Cuántos de nosotros podemos decir que nos hemos prometido algo a nosotros mismos para luego abandonar el nuevo hábito en cuestión de semanas, o incluso de días?
La gente cambia, y de forma duradera. Sin embargo, para ser buenos impulsores del cambio en nosotros mismos podemos empezar por aprender a crear prácticas que apoyen patrones de pensamiento diferentes. Para cambiar cualquier comportamiento, debemos aprender a pensar de nuevas maneras.
Aquí hay algunos pasos útiles a seguir.
Reservar tiempo para la reflexión.
Hay muchos nombres para la reflexión: pensamiento estratégico, tiempo de planificación, tiempo de procesamiento, establecimiento de objetivos. Cualquiera que sea su nomenclatura preferida, es fundamental reservar un tiempo tranquilo y de reflexión cada día si está tratando de hacer un cambio de comportamiento serio. Este tiempo nos permite aclarar nuestros pensamientos y visualizar las posibilidades. No podemos lograr lo que no podemos imaginar.
La reflexión significa dar un paso atrás en el caos de la jornada laboral. Es importante tener en cuenta que el tiempo de reflexión no consiste necesariamente en imprimir toda la fuerza de tu intelecto en algo. En cambio, se trata de crear el espacio mental para permitir que los pensamientos nuevos y frescos lleguen a nosotros de forma orgánica.
En su libro Drive, Dan Pink habla del fenómeno de la fijeza funcional, la idea de que cuando estamos demasiado centrados en la respuesta más obvia, nos cuesta ver alternativas. Cuando acallamos el ruido en nuestro cerebro, somos más capaces de construir las vías neuronales que crean nuevas ideas. En términos simples, haz espacio para el silencio, para que puedas ver el cambio que quieres crear.
Orientate a las soluciones, no a los problemas.
Nuestra cultura a menudo nos anima a fijarnos en lo negativo. Cuando algo va mal en el lugar de trabajo, nos pasamos horas en reuniones analizando qué ha pasado y por qué. Pero cuando intentamos aplicar un cambio duradero, tenemos más posibilidades de éxito si nos centramos en las soluciones, no en los problemas. Por supuesto, tenemos que entender inicialmente la raíz del problema, pero obsesionarse con eso no es útil. Piénsalo así: si mantenemos nuestra atención en lo que está mal o en nuestros fracasos, esos pensamientos dominarán nuestro espacio mental. Por el contrario, si elegimos centrarnos en lo que funciona, esos pensamientos se vuelven más frecuentes.
En el coaching, utilizamos una técnica llamada indagación apreciativa para fomentar y fortalecer nuevos mapas mentales más positivos. A través de una serie de preguntas, podemos avanzar hacia lo que es positivo y posible y alejarnos del peso de lo difícil.
Considere este ejemplo: puede decirse a sí mismo: «Soy terrible para hablar en público porque soy introvertido». Si sigues diciéndote eso, entonces se convertirá en una profecía autocumplida. Pero si quieres ser un mejor orador en público, tendrás que dejar de lado estos pensamientos negativos y centrarte en lo positivo para avanzar. Puedes considerar que tu introversión también puede convertirte en un agudo observador de los demás, una habilidad fundamental para la presencia ejecutiva. Puedes considerar que aunque en el pasado te hayas sentido ansioso al hablar delante de la gente, con la suficiente práctica, mejorarás al igual que lo has hecho con otras habilidades en tu carrera.
Las soluciones vendrán de tu potencial, no de los escollos del pasado.
Aprovecha los momentos de inspiración.
Más tiempo para reflexionar y pensar significa más oportunidades para nuevas ideas. Hay pocas sensaciones mejores que cuando recibimos esa ráfaga de adrenalina al formar nuevas conexiones mentales. Este destello de conocimiento libera sustancias químicas positivas en el cerebro y nos da un subidón de energía, pero es efímero. Si estás tratando de hacer un cambio, tendrás mucho más éxito si puedes actuar sobre esa sacudida de creatividad.
Cuando sientas ese estallido de inspiración, coge un bolígrafo (o abre tu portátil). Esboza tus pensamientos con todo el detalle que puedas, para poder recordarlos cuando se acabe el subidón y vuelvas a tu rutina normal.
Una vez que hayas anotado algunas ideas geniales, deja que se calienten. Vuelve y comprométete a ejecutar lo que te parezca más adecuado.
Da el primer paso, aunque sea pequeño.
El cambio puede ser difícil porque es una gran colina que hay que subir con la incertidumbre al otro lado. ¿Cómo podemos empezar? En lugar de centrarse en un cambio grande y transformador, intente en cambio conquistar cambios más pequeños e incrementales. En lugar de un salto, intente un paso.
Dar un primer paso (y ver el éxito del mismo) tiene un gran impacto en el cerebro. Un estudio realizado en 2009 por el neurocientífico Earl Miller, del Instituto Picower de Aprendizaje y Memoria del MIT, reveló que absorbemos más lecciones del éxito que del fracaso. Miller también descubrió que cada éxito subsiguiente se procesa de forma más eficiente. Debido a que nuestro cerebro no sabe qué aprender de los fracasos para salvaguardarse de futuros fracasos, nuestro cerebro no muestra el mismo tipo de neuroplasticidad que con los éxitos.
En definitiva, nuestro cerebro aprende rápido lo que nos hace tener éxito para poder repetirlo. Si queremos crear un cambio de comportamiento duradero, debemos perder la mentalidad del todo o nada. Podemos ponernos en marcha, aunque sea un pequeño cambio cada vez.